
No hace falta desmenuzar mucho para encontrar rápidamente una producción deshilachada desde lo colectivo y táctico, aunque ilusionante y tranquilizadora tras observar el rendimiento de Messi. Lío participó en ocho de las diez oportunidades de gol que tuvo la Argentina.
El seleccionado salió a atacar en tromba . Gobernó el juego y el territorio desde el comienzo, y encontró su premio con el cabezazo de Heinze, a los seis minutos, tras un centro preciso de Verón. La multitud argentina estalló en una sílaba, en un éxtasis, en un gol.
En un primer tiempo interrumpido y con algunas lagunas, quedó en evidencia que el desequilibrio y la creación son monopolio de Messi. El jugador de Barcelona acumuló marcas y se despojó de esa sensación de paso cansino cada vez que tomó la pelota. Encaró eléctricamente como lo hace en España, a veces con la cabeza gacha pero con el arco en la mente. La frescura y la velocidad de Messi fueron un problema sin solución para una defensa nigeriana demasiado pesada, con una temible presencia física, aunque desordenados y de poco criterio.
El verdadero obstáculo que detuvo a Messi fue el arquero Vincent Enyeama, con varias intervenciones a destacar, además de las que le contuvo a Higuaín, en la primera parte. A la Argentina le faltó ser más fina en la definición para llevarse una ventaja mayor.
Después del gol de Heinze, el juego se hizo cortado. El eje creativo entre Verón, Messi y Tevez no tenía el dinamismo del comienzo y a Di María se lo percibía ausente. De a poco, Nigeria se animó a pensar en el arco de Romero, que se mostró seguro en las alturas y no así cada vez que utilizó el pie. Obasi, por la izquierda, fue siempre un dolor de cabeza para Jonás Gutiérrez, a veces muy desorientado en su ubicación de lateral.